
Cuando las heridas de la infancia moldean tus vínculos adulos
Con frecuencia acompaño a mujeres que comparten un rasgo común: una mirada ingenua hacia la vida y las relaciones, como Caperucita Roja confiando en el lobo.
Se trata de una forma de ver el mundo excesivamente inocente y confiada, que les impide identificar señales de alerta y establecer límites sanos. Esta mirada, inevitablemente, termina afectando su autoestima.
“De tan buena parezco tonta… No veo lo malo… Necesito su reconocimiento… Sé que me hace daño, pero en el fondo tiene buen corazón… Priorizarme me hace sentir culpable.”
Estas frases, extraídas de conversaciones con alguna de mis clientas, no son simples pensamientos; son el reflejo de una mujer adulta que, en el fondo, aún espera de sus vínculos lo que no recibió en su infancia: amor incondicional, contención emocional, protección. Y, muchas veces, no logra ver las orejas del lobo.
No se trata de ser tonta ni lista. Se trata de patrones aprendidos en la infancia, respuestas emocionales ante experiencias tempranas vividas como abandono, rechazo o negligencia.
La mente infantil, para sobrevivir al dolor, recurre a mecanismos de defensa primitivos, congela la herida y la envuelve en fantasías: “si soy perfecta, me van a querer” o “si finjo que todo está bien, el dolor desaparecerá”, “si soy buena me cuidaran”.
Esa mirada —que alguna vez fue necesaria para protegerte— hoy te impide ver lo que duele y no te permite activar tus mecanismos de afrontamiento.
- Justificas lo injustificable.
- Empatizas con quien no te cuida.
- Callas para no incomodar.
- Aguantas para no perder.
- Te quedas para no herir.
- Necesitas ser el centro de atención si no piensas que no importas.
Y cuando por fin te atreves a poner límites o a dejar de complacer, aparecen la culpa y el miedo, y vuelves a tolerar lo intolerable.
Pero hoy puedes hacer algo distinto: confiar en ti, en tus señales internas. Aprender a decir sí cuando quieres decir sí, y no cuando necesitas decir no. Dejar de cumplir con expectativas ajenas.
La terapia para sanar tu autoestima es un camino posible. Un espacio para reaprender a cuidarte, escucharte, validarte y construir una mirada adulta, amorosa y protectora hacia ti misma.